Es muy probable que el hombre haya aprendido a cultivar el agua incluso antes de empezar a cultivar la tierra, ya que la acuicultura es un arte antiquísimo que ya practicaban de manera difusa los egipcios, los fenicios, los etruscos y los romanos.
El primer testimonio sobre la acuicultura se remonta a un bajorrelieve egipcio del 2500 a.C., que muestra a un hombre recogiendo pescado.
Si en el pasado la acuicultura representaba una práctica alternativa a la pesca, la acuicultura moderna supone una verdadera necesidad productiva.
Gracias a las prácticas de cría, la acuicultura multiplica los recursos disponibles, en particular de proteína de alto valor biológico, y satisface la demanda mundial de pescado contribuyendo a mantener inalteradas las reservas naturales.
Pese al elevado nivel de calidad, solo el 10% de los productos criados en cautividad que consumimos se crían en la Unión Europea. La calidad de los productos europeos merece premiarse a la hora de elegir los productos que vamos a consumir.
La acuicultura europea es puntera en cuanto a calidad de los productos.
Las prioridades de los productos europeos son las siguientes: producir alimentos sanos para los consumidores y proteger el medio ambiente y el bienestar de los animales.
Agua limpia y condiciones higiénico sanitarias son requisitos esenciales para los acuicultores europeos.
Gracias al apoyo de una investigación científica que no ha dejado nunca de modernizar e innovar las técnicas de cría y perfeccionar el rendimiento y la calidad de los productos, hoy en día la acuicultura europea se gestiona de manera sostenible y responsable.
Los acuicultores trabajan de forma responsable y respetuosa con los recursos naturales, contribuyendo a que las actividades de acuicultura sean sostenibles a nivel ambiental, social y económico.